Siguamos la filosofía de Mulán que se mece entre la furia del viento y así supera la tempestad…
La flexibilidad mental
Ser flexible mentalmente conlleva mantener una actitud abierta a opiniones, oportunidades nuevas de aprendizaje, a evolucionar y experimentar.
Es estar dispuestos a pensar, sentir y actuar, con una intención de apertura, adaptándonos a las situaciones y olvidándonos de antiguos esquemas, modelos o patrones adquiridos en nuestra trayectoria de aprendizaje.
A nivel general, la flexibilidad mental está relacionada con la capacidad de adaptación y en última instancia de cambio.
Una mente abierta tiene muchas más posibilidad de ser partícipe de cambios constructivos en cualquier área de nuestras vidas.
Es ser como el bambú y su habilidad de ser flexible ante el viento, no cediendo ante éste, sino aceptándolo.
Es saber que más allá de nuestro punto de vista, existen otros muchos muy diferentes y distintos, pero que por distintos que sean no significan que sean erróneos o estén confundidos,incluso pueden llegar a ser complementarios sobre un mismo objeto y ser diferentes criterios.
Ser flexibles ante las opiniones o creencias, no significa resignarse, o acogerse a éstas, sino tratar de entenderlas y comprender las diferentes posibilidades. Conocerlas. Sin poner límites, no seas rígido. Sigue adelante, abrete a las diferentes formas de pensamientos.
Ser rígidos puede llevarnos a que nuestro día a día se convierta en una prueba de obstáculos.
Nuestra vida es un cúmulo de inseguridades e incertidumbres continuas, presentándonos retos día a día que ni imaginábamos.
Por ello, si mantenemos una actitud rígida no adelantaremos nuestros pasos en el camino, sino que nos quedaremos atrapados en un agujero junto a estrategias, opiniones y creencias que aunque pudieron funcionar en su momento, puede que ahora tan solo nos entorpezcan.
De ahí, la adopción de la flexibilidad mental y el abandono a intentar caminar sobre seguro.
La mente nos aconseja seguir viviendo como lo estábamos haciendo hasta ahora con todo su repertorio de pensamientos, sentimientos y conductas, manteniendo su rutina, porque así piensa que habrá menos posibilidades de errar o de enfrentarse a la incertidumbre.
Y se olvida de ser flexible y mantener una actitud abierta y dispuesta al cambio si es necesario. Se olvida que adaptarse, no es sinónimo de ser rígido sino de ser flexible.
Por ello, hay que entrenarla, con una actitud de aceptación y compromiso, sabiendo que aunque albergamos muchas creencias, siempre hay una posibilidad para atender a otras nuevas formas de ver las cosas.
Aquí os dejo un un cuento japonés sobre el bambú, espero os guste.
Hace mucho tiempo, dos agricultores iban caminando por un mercado cuando se pararon ante el puesto de un vendedor de semillas, sorprendidos por unas semillas que nunca habían visto.
“Mercader, ¿qué semillas son estas?”, le preguntó uno de ellos.
“Son semillas de bambú. Vienen de Oriente y son unas semillas muy especiales”.
“¿Y por qué habrían sido de ser tan especiales?”, le espetó uno de los agricultores al mercader.
“Si os las lleváis y las plantáis, sabréis por qué. Sólo necesitan agua y abono”.
Así, los agricultores, movidos por la curiosidad, compraron varias semillas de esa extraña planta llamada bambú.
Tras la vuelta a sus tierras, los agricultores plantaron esas semillas y empezaron a regarlas y a abonarlas, tal y como les había dicho el mercader.
Pasado un tiempo, las plantas no germinaban mientras que el resto de los cultivos seguían creciendo y dando frutos.
Uno de los agricultores le dijo al otro: “Aquél viejo mercader nos engañó con las semillas. De estas semillas jamás saldrá nada”. Y decidió dejar de regar y abonarlas.
El otro decidió seguir cultivando las semillas con lo que no pasaba un día sin regarlas ni abonarlas cuando era necesario.
Seguía pasando el tiempo y las semillas no germinaban.
Hasta que un buen día, cuando el agricultor estaba a punto de dejar de cultivarlas, se sorprendió al encontrarse con que el bambú había crecido. Y no sólo eso, sino que las plantas alcanzaron una altura de 30 metros en tan solo 6 semanas.
¿Como era posible que el bambú hubiese tardado 7 años en germinar y en sólo seis semanas hubiese alcanzado tal tamaño?
Muy sencillo: durante esos 7 años de aparante inactividad, el bambú estaba generando un complejo sistemas de raices que le permitirían sostener el crecimiento que iba a tener después la planta.
Si no consigues lo que anhelas, no desesperes….Quizás sólo estés echando raices.